martes, 19 de agosto de 2014

Mi primo




A los 13 años ya sabía los que era la paja. Hacía bastante tiempo que me la cascaba pero todavía eran pajas secas. Llegaba al climax y no me salía nada. Aquel verano coincidimos en la casa de las sierras con uno de mis tantos primos, y las charlas sobre sexo eran de todos los días. Yo no perdía oportunidad de espiarlo cuando se bañaba. El me lleva cuatro años, entonces en ese momento tenía casi 17. Estaba mucho más desarrollado que yo, tenía muchos pelos y su poronga era inmensa al lado de la mía. Siempre hablábamos de la paja, y del dicho al hecho fue cuestión de poco tiempo.
Comenzamos a pajearnos juntos a la siesta, encerrados en la piecita del fondo. Eran pajas inocentes, porque sólo nos tocábamos mutuamente y nunca nos atrevimos a más. Pero tengo muy presente la sensación de placer al agarrar esa pija inmensa para mí, pasar mis dedos entre sus pelos, sopesar esas bolas peludas, y sentir su mano en mi pijita, enseñándome las técnicas, según sus dichos, para disfrutar más. El acababa leche de verdad, yo apenas una especie de juguito blanquecino. Una de esas siestas memorables me pidió que uniéramos las pijas paradas, uno acostado sobre el otro.
Comenzamos a frotarnos así y yo sentí que esta vez era diferente, porque a los pocos segundos me vino la sensación imparable como de hacer pis y se lo dije, pero él me explico que era normal eso y ahí mismo tuve mi primera acabada con leche de verdad. Aquel verano se nos fue en pajas a toda hora, y cada vez nos atrevíamos a más, hasta hacernos acabar mutuamente cada uno con pajeando al otro.
Pasó el verano y ya no nos vimos por mucho tiempo. Nunca más repetimos esas sesiones de paja maravillosas, pero sé que él tanto como yo recordamos con cariño aquellos días de descubrimiento y disfrute adolescente.

(Gracias a Gastón que nos envió este relato. A ver si nos mandan los suyos para publicar).

No hay comentarios:

Publicar un comentario