sábado, 23 de agosto de 2014

EL AMIGO DE MI VIEJO




Yo tendría 16 años y la paja era mi diaria compañera. Una de día, encerrado en el baño, y otra de noche ya metido en la cama eran seguras. Siempre al palo el pibe, espiando cuanto bulto se pudiera, cuanto triángulo de camisa con pelos, cuanta gamba peluda en bermudas de primavera se me cruzara.
Ese verano tuve mi primer laburo de temporada como para juntar unos pesitos para mis gastos. Un amigo de mi viejo tenía una mueblería, y me dijo si no le daba una mano con las entregas de muebles, así que allá fui, contento porque ganaría plata y porque en el negocio trabajaban dos muchachos muy interesantes, a los que ya les había dedicado un par de manuelas.
El verano iba bien, los muchachos ni cinco de bola, yo era el pendejo más chico así que cada tanto había cargadas sobre minas y sobre pajas, pero nada más que el chiste típico.
El dueño, de quien yo nunca hubiera sospechado nada, se puso insistente con el tema de las pajas, me preguntaba si yo me la hacía, se acordaba de sus pajas adolescentes, y volvía sobre el tema cada tanto. Una vez que había que entregar unos muebles a una ciudad vecina, me pidió que lo acompañe ya que los otros muchachos estaban ocupados. 
Allá salimos, en su camioneta. El iba en bermudas, lindas patas peludas, si bien no era un tipo lindo, era bien masculino. Casado, obviamente. Me conocía desde chico, así que teníamos mucha confianza. Como hacía mucho calor se sacó la remera y me dijo que si quería hiciera lo mismo. Yo tenía mucho pudor en esa época, y me quedé así vestido como estaba. En un momento del viaje me pidió que le alcanzara los anteojos de sol que estaban en la guantera. Al abrirla, veo los anteojos y debajo de ellos un par de revistas porno, de esas chiquitas que venían antes, creo que eran italianas. En esos tiempos no era tan fácil tener acceso a ese material. No se vendían libremente, pleno proceso militar. 
El caso es que me dijo que si tenía ganas que las mirara, que él todavía no las había visto porque se las había regalado un amigo esa mañana y no había tenido tiempo. Yo me moría de vergüenza y de calentura al mismo tiempo, entonces me dijo que no había dramas, que yo ya estaba en edad de ver esas cosas y que como nos conocíamos mucho tenía que tener confianza. Es más, me dijo, vamos a mirarlas juntos, y estacionó la camioneta bajo unos árboles al costado de la ruta. A estas alturas yo ya me había relajado un poco porque realmente me dio mucha confianza. Las revistas eran dos. Todavía puedo recordar algunas de esas imágenes casi grotescas del porno de esa época. Minas gordotas, con unas conchas muy peludas y tetas inmensas, y tipos comunes, bigotudos, con porongas que me parecieron inmensas. La cosa es que yo estaba que reventaba, calculo que acababa sin tocarme. Mi jefe decía qué buenas fotos, mirá, mirá como se la mete, mirá mirá que tetas, mirá mirá estos vagos que porongas que tienen, dan envidia. Yo me dí cuenta que se tocaba el bulto por encima de la bermuda y en un momento me dice mirá como me puse, agarrándose la verga dura por encima de la tela. Vos también estas como garrote pendejo, me dijo. Yo me reía de los nervios. Entonces me dijo que él a mi edad compartía pajas con sus amigos mirando revistas porno. Querés que nos hagamos una? Te prometo que tu viejo nunca se va a enterar por mí parte, y espero que por la tuya tampoco. Este va a ser un secreto entre amigos pajeros. Entonces ahí sentados en la camioneta, se bajó un poco la bermuda y peló una linda poronga, nada descomunal, pero bien derechita y con lindas bolitas chiquitas. Yo hice lo mismo. 
Cuando me vió hizo una exclamación como que yo la tenía mucho más grande que él a esta edad. Me dijo que quería tocarla para ver lo dura que estaba, así que me acerqué un poco y me la agarró fuerte. Tocá la mía si querés, me pidió, cosa que hice inmediatamente. Así empezamos a pajearnos mutuamente. En tres sacudidas yo acabé como bestia enchastrándole la mano y el asiento. El se rió y me felicitó. Yo aceleré mi mano y él me la agarró por encima acompañando mis movimientos hasta que acabó un borbotón de leche espesa que le llegó hasta las bolas. Nos reímos de la situación, nos limpiamos con un rollo de papel que sacó de abajo del asiento. Nos prometimos silencio y continuamos viaje. 
En los próximos tres o cuatro días ni se mencionó el tema, como que nunca hubiera sucedido. Pero al tiempito se dio una situación donde volvimos a quedar solos en el negocio después de hora, y salió el tema de la paja compartida hacía unos días. Obviamente repetimos la experiencia, y ese verano nos pajeamos juntos muchas veces más. 
Fue una linda temporada, y el amigo de mi viejo está entre mis mejores recuerdos pajeros.

2 comentarios: